lunes 8 de junio de 2009

Norte Geográfico "Enigmas al Sur del Polo"



Por Scott Corrales

Basta con pensar en Canadá (o peor aún, Alaska) para que la mente se ponga a conjurar toda suerte de inclemencias: nieve hasta la cintura, vientos inmisericordes, jaurías de perros jadeantes que tiran trineos y osos polares al acecho.

Ni decir tiene que este no es necesariamente el caso y que más que eternas planicies blancas, el extremo norte del continente americano tiene un color verde tenue tirando a pardo, desarbolado y lleno de las formaciones geológicas conocidas como “drumlins”.

Lagos cuyas aguas no han sido consumidas por más que el caribú, el oso polar y los mamíferos de las zonas frías brillan como espejos; de vez en cuando es posible ver asentamientos de la tribu inuit, que no viven todo el tiempo en los iglúes que las películas y los libros de aventura nos han dado a conocer, sino en estructuras más duraderas y en nuestra época, francamente modernas.

Estas zonas remotas y poco frecuentadas por los que no son nativos, militares o ingenieros petroleros ofrecen al investigador de lo extraño toda suerte de misterios que van desde la presencia del fenómeno OVNI hasta seres extraños que han llegado a causar preocupación a los gobiernos que ejercen control sobre dichas regiones – Canadá, Estados Unidos y en cierto grado, Dinamarca.

Los OVNIS de las nieves

En el verano del 2004, el cuaderno Arcana Mundi presentó una noticia acerca de la inusitada actividad Ovni que ha venido sucediendo en Canadá desde el 2003, no sólo en la parte meridional del país, sino en los lejanos Territorios del Norte o en lo que ahora se denomina Nunavut, la región autónoma de los mal llamados esquimales.

El grupo Ufology Research of Manitoba, con sede en Winnipeg, provincia de Saskatechwan, informó un total de 400 informes de avistamientos OVNI hasta fines del mes de julio de 2004. Chris Rutkowski, coordinador de investigaciones para dicha entidad, llegó a opinar en ese momento que el total para 2004 sobrepasaría el record de 673 avistamientos catalogados para el 2003.El 2002 no fue menos activo para la ufología canadiense, con 176 casos reportados en Columbia Británica solamente.

"En general, resulta fascinante ver que la cantidad de casos aumentó de manera tan dramática en Canadá el año pasado".

Rutkowski explicó al rotativo SUN de la ciudad de Vancouver en su edición del 13 de febrero de 2003 que uno de los avistamientos inexplicados más extraños ocurrió en enero de 2.002 cerca de la pequeña comunidad de Inkerman, N.B.:

"Un objeto de grandes dimensiones con luces parpadeantes y ventanas iluminadas voló lentamente y a baja altura sobre una carretera. Una pareja detuvo su coche para ver cómo se descendía detrás de una arboleda".

En la lejana Alaska

Resulta casi imposible abordar el tema de los OVNI en Alaska sin comenzar primero por un espeluznante caso que – sin jamás haber sido confirmado – sigue formando parte del gran corpus de información sobre el misterio, apareciendo en varios libros escritos por autores de renombre. Se trata del caso de Eagle, Alaska, presentado por el investigador canadiense Gene Duplantier en su opúsculo “The Night Mutilators” (SS&S Publications, 1979).

Duplantier no ofrece fechas para este evento, pero indica que fueron cinco los testigos que un buen día decidieron irse de backpacking por el sendero del auge de oro de Eagle, a la ribera del poderoso río Yukón. Tras de haber acampado y pernoctado en esta zona, uno de los miembros del grupo decidió bajar al río para bañarse.

Fue en ese momento que el testigo anónimo presenció veinte objetos con forma de platillo que cernían, en la luz del amanecer, sobre un claro en los bosques subpolares. Una franja negra adornaba la parte central de cada uno de los objetos.

Corrió a despertar a sus compañeros. Posteriormente esos decidirían hacer caso al sensacional relato que les contaba su amigo y el grupo caminó la distancia de media milla que les separaba del claro en el bosque sobre el cual se habían cernido los extraños objetos.

Los objetos ya no estaban presentes, como era de esperar, pero algo más espantoso les aguardaba: un enorme círculo de hierba quemada dominaba el lugar; la hierba había sido aplastada en sentido sinistrorso desde el centro del círculo, y cuatro huellas triangulares ocupaban la circunferencia, hundidas a dos o tres pulgadas.

Dentro del círculo presenciaron un atroz apilamiento de cadáveres mutilados – cientos de ellos, según Duplantier. “Los alces habían sido despojados de sus astas y sus patas, que habían sido colocados en montones individuales”, escribe el investigador. “y sus órganos brillaban por su ausencia. Los osos grizzli habían perdido tanto sus ojos como sus garras; a los caribúes se les había extraído el esqueleto. No había indicios de sangre en ninguna parte. Las heridas eran limpias y exactas”.

Pero lo que más azoro produjo entre los testigos fue un descubrimiento alucinante – el cadáver de una ballena de quince pies de largo, totalmente vacío de órganos internos.

Cabe preguntarse si los backpackers tendrían cámaras fotográficas a su disposición, o si este extraordinario caso no es más que una fabricación periodística...

Lo cierto es Alaska nos ofrece muchos misterios, y la mayoría de ellos recientes. Hace tan solo dos años, la aldea inuit de Noorvik estuvo asediada por luces extrañas -estructuras altamente brillantes que iluminaban la oscuridad de los breves días de invierno como si de faros se tratase.

Las descripciones de estos objetos variaban de testigo en testigo –torres con luces, tres luces superpuestas en línea recta, y la más curiosa de todas: una luz parecida a un estrobo que giraba en torno a la “torre de luces” que se desplazaba silenciosamente en la noche polar. La mini-oleada de la costa norte de Alaska fue dada a conocer al mundo muchos meses después por el periódico North Slope Arctic Sounder de la ciudad petrolera de Point Barrow.

Teresa Pungalik, encargada de los socorristas de esta remota región del cuatrigésimo noveno estado de la unión americana, manifestó a la prensa que el primer avistamiento se produjo el 23 de diciembre del 2002, cuando un vecino de Noorvik que cabalgaba por la tundra afirmó haber visto “un estrobo” en el fondo de la cantera local.

Pensando que podía tratarse de un avión estrellado que utilizaba una especie de baliza para pedir ayuda, los socorristas se comunicaron con la Agencia Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) para preguntar si se tenía conocimiento de algún avión derribado. En las solitarias regiones del norte, las avionetas representan para muchos la única forma de comunicación con el mundo exterior, y sus pilotos son a menudo médicos y especialistas que brindan sus conocimientos a comunidades aisladas.

"El oficial Leath en Kotzebue me llamó a las 0400 horas,” dijo Pungalik a los medios, “así que enviamos cuatro trineos motorizados para revisar la zona.
Llegaron hasta Sivu y dijeron: estamos justo sobre Sivu, sobre los cerros, podemos ver las luces, están hacia allá. Dijeron que iban a seguir un poco más allá, porque pensaban que estaba en Sivu. Teníamos contacto mediante VHF.
Dentro de poco informaron que las luces se les habían adelantado.”


Los socorristas comenzaron a darse cuenta de algo no encajaba. Las luces no correspondían a un objeto en el fondo de ninguna cantera, sino parecían tratarse de otra cosa. La comunidad inuit de Sivu estaba a veinte millas de Noorvik por trineo motorizado, lo que indicaba que las luces estaban en movimiento. Pungalik dio la orden de interrumpir la misión de rescate.

Pero la extraña experiencia sólo estaba a punto de comenzar: "Había muchas personas despiertas a esa hora, viendo las luces”, añadió Pungalik.

"Vieron que el primer trineo motorizado regresaba al pueblo, hacia ellos, y repentinamente vieron que eran más de cuatro.
Los cuatro chóferes de los trineos motorizados dijeron que las luces les habían seguido hasta llegar al pueblo".


Los OVNI también se hicieron sentir en el norte de Canadá durante el mismo macroavistamiento de fines de los ’60 a comienzos de los ’70. En el mes de noviembre de 1967, los controladores de tránsito aéreo de Fort Simpson quedaron perplejos al ver en sus instrumentos un objeto que ejecutaba una serie de virajes de 90 grados; meses después una luz amarilla-anaranjada voló a baja altura sobre la población de Whitehorse en el Yukón.

Dos motoristas que cruzaban la tundra en sus trineos motorizados afirmaron que el objeto era “más brillante que el sol” y que se cernía al nivel de los árboles, emitiendo una energía desconocida que hizo que ambos trineos motorizados se detuvieran hasta que el objeto se alejó del lugar.

En febrero de 1968, una mujer que vivía a las afueras de Fort Norman pudo ver un colosal bólido anaranjado que se movía lentamente sobre los cables de alta tensión del tendido eléctrico.

La testigo, que afirmaba haber estado cortando leña cuando se produjo el incidente, no tardó en subirse a su trineo y dirigir sus perros de tiro hacia el asentamiento para comunicar lo sucedido.

Los avistamientos en el ártico canadiense se prolongaron más allá del macroavistamiento. En fechas recientes, el periodista P.J. Harston exploró los avistamientos que tomaron lugar en enero de 1996 sobre Fort Resolution, en las orillas del Great Slave Lake. Más de 50 vecinos de esta población vieron extrañas luces verdes y azules que fueron captadas en cinta de vídeo.

La magnitud del avistamiento fue tal que altos oficiales del ejército canadiense visitaron la población, acompañados de investigadores militares.

La cinta de vídeo, según las averiguaciones de Harston, fue confiscada por estos funcionarios y remitida a su cuartel general en North Bay, Ontario, para analizarla. El periodista añade el curioso detalle que según el coronel Pierre Leblanc, el militar que visitó Fort Resolution, los estamentos militares canadienses “llevan el registro de las investigaciones paranormales, aunque el presupuesto para tales actividades se reduce cada vez más”.

Los misteriosos aparatos de Boshkung

Canadá será el segundo país más grande del mundo en su extensión territorial, pero su población está confinada, en su mayoría, a una angosta franja de terreno al norte del río San Lorenzo y de los Grandes Lagos. La provincia de Ontario, la más importante de estas regiones, está llena de bosques y lagos que representan para el canadiense medio una oportunidad de poseer una casa de veraneo en un sitio apacible. Uno de estos cuerpos de agua es el lago Boshkung cerca del poblado de Minden.

En noviembre de 1973, mientras que sus vecinos al sur experimentaban la gran oleada OVNI de aquel año, dos agentes de bienes raíces (Jim Cooper y Earl Pitts) regresaban a sus casas en Minden cuando vieron un objeto “sorprendente” que se desplazó ante sus ojos en cuestión de segundos. El objeto tenía unos dieciocho pies de largo, era ancho en su morro y ahusado hacia la cola, con una luz blanca en la punta de la misma. Un piloto de avionetas confirmaría este avistamiento posteriormente, describiéndolo como “un helicóptero sin cola” que se desplazaba a toda prisa con rumbo al lago Boshkung.

Desde aquel momento, el periódico local Minden Progress comenzaría a publicar artículos sobre los distintos avistamientos en la zona, aunque a diferencia de los casos estadounidenses de la misma época, no se produjeron encuentros espectaculares entre humanos y los ocupantes de las luces ni efectos electromagnéticos sobre coches o camiones.

No fue hasta febrero de 1974 que los OVNI parecieron interesarse por los habitantes de la zona. El matrimonio Lunham, que vivía en una casa a la orilla del Boshkung, acaba de cenar cuando vieron uno de los extraños objetos sobre la superficie de lago, dirigiéndose justo hacia su hogar.

A mitad del cuerpo de agua, el objeto comenzó a resplandecer con una luz blanca intensa, generando suficiente calor como para derretir el hielo que se adhería a las ventanas de la casa de los Lunham.

La señora Lunham declararía posteriormente que el vidrio estaba tan caliente que era imposible tocarlo, a pesar de que la temperatura exterior rondaba los 20 grados Fahrenheit.

La superficie congelada del lago Boshkung acabaría convirtiéndose en un “estacionamiento” para estos objetos extraños. Los aparatos desconocidos aparecían sobre el lago durante el ocaso, a veces solos o en pares, hasta que era posible contar una docena o más de ellos sobre el hielo.

A veces se posaban sobre el hielo, otras veces se mantenían suspendidos sobre el mismo, y en ciertos casos hacían algo sumamente curioso: se cernían sobre los agujeros en el hielo que habían sido hechos por los pescadores locales, aunque era imposible ver si extraían agua para fines desconocidos.

Los extraños objetos parecían sentirse muy confiados de la región: el 26 de febrero de ese año se posaron a unos cuarenta pies de la casa de los Lunham, permitiendo que la pareja ofreciese una descripción cabal de ellos: contaban con cuatro alas que se extendían veinte o más pies de punta a punta; eran de color oscuro y equipados con faros de color blanco azulado.

Otros parecían disponer de antenas externas (hasta nueve en ciertos casos) que parecían permitir la comunicación entre aparatos mediante una serie de destellos, como si utilizaran algún tipo de código.

Según el testimonio del señor Ashley Lunham, los objetos no se parecían en nada a los aviones que conocemos, y menos en su funcionamiento, ya que los objetos “rebotaban” varias veces, como pelotas, para despegar, haciendo un sonido sordo que desparecía tan pronto como se separaban del suelo. La señora Lunham afirmó haber presenciado un OVNI que tuvo problemas para despegar, como si le fallara el motor. Esto le hizo pensar que fuesen lo que fuesen, no eran producto de una civilización espacial avanzada.

El reportero Peter Courtney fue responsable del primer intento de fotografiar los alucinantes objetos que se daban cita en el helado lago Boshkung como parte de sus reportajes sobre los ovnis que asolaban el condado de Halliburton.

Con su pesada ropa de abrigo, su trineo motorizado, Cámara fotográfica SLR de 35mm y trípode, Courtney visitó el lago varias veces hasta que a las 9:00 pm del 10 de marzo de 1974, cuando la luna llena bañaba la blancura del congelado Boshkung con su luz, pudo ver una luz roja que se movía sobre los árboles. A pesar de su equipo, no pudo obtener una imagen clara del objeto.

Pero lo que ignoraba el reportero era que a cierta distancia de donde observaba las maniobras nocturnas del objeto rojo, se tendía una celada.

Cincuenta vecinos de Minden, cansados de ver tantos objetos extraños, se apiñaron en una de las costas del lago con la intención de tomar acción decisiva. Entre su número figuraban seis cazadores armados con escopetas de alta potencia que enfilaron sus trineos motorizados hacia la superficie del lago conforme se acercaba uno de los no identificados.

Disparando casi al unísono, muchos de los presentes afirmaron haber escuchado el lejano impacto de las balas contra el casco del intruso, que siguió de largo.

La comunidad exigía respuestas que ni las autoridades locales ni el departamento canadiense de defensa estaban dispuestos a ofrecer. La policía insistía que los objetos eran meramente reflejos de luz sobre el hielo; los militares ni siquiera se dignaron en ofrecer una hipótesis.

La actividad anómala sobre el lago prosiguió una vez llegada la primavera, y los vecinos insistieron que había sido posible localizar huellas del aterrizaje de varios objetos entre las arboledas, como si los aparatos hubiesen utilizado los claros de bosque para protegerse de las miradas de los curiosos.

Escribiendo detenidamente sobre este caso en su libro Strange Encounters, el investigador Curt Sutherly (antiguo redactor de la desaparecida revista Pursuit, órgano de difusión de la organización SITU creada por el criptozoólogo Ivan Sanderson) manifestó lo siguiente: “Si los objetos fueron verdaderamente naves espaciales, estaban impulsadas por motores sorprendentemente primitivos – motores escasamente mejores que los nuestros, con dificultades al arrancar durante las frías mañanas de invierno...los objetos caían al suelo para desaparecer dentro de la mismísima tierra. Finalmente, hay que considerar que a pesar de la gran cantidad de avistamientos, nadie vio ni un solo tripulante”.

Por increíble que puedan parecer los incidentes en el Lago Boskhung, eran tan solo parte de un macroavistamiento que abarcaba el sur de Canadá en aquel momento. El investigador Brian Vike de la organización HBCC con sede en la ciudad de Vancouver menciona otro caso que tomó lugar en la década de los ’70 en otro cuerpo de agua: el lago Scugog, al norte de la populosa Toronto. El testigo (Ian Harper, adolescente al momento de producirse el caso) había salido al patio de su casa un verano con su padre para separar dos gatos enfrascados en una pelea. Harper le comentó a su padre que un objeto en el firmamento parecía brillar con más intensidad que las demás estrellas.

El objeto en cuestión se desplazaba desde el sur hacia el norte y el padre del testigo (que había sido controlador de tránsito aéreo en Escocia) dijo casi enseguida que no se trataba de un avión, pensando que sería alguna especie de satélite. El objeto casi enseguida comenzó a desplazarse en zig-zag, abarcando la gran distancia de este a oeste a gran velocidad. Posteriormente regresó a su posición original para seguir su lento trayecto.

Meses más tarde, el joven Harper se encontraba cuidando de sus hermanos pequeños mientras que sus padres habían salido a cenar. Después de acabado el partido televisado de hockey, el testigo se levantó de su silla para cambiar de canales, y percibió una luz de gran brillantez por la ventana del salón, observando que las sombras de los árboles parecían desplazarse en la nieve.

Su sorpresa fue mayúscula cuando pudo ver un objeto de grandes dimensiones que se movía por encima de su hogar y se alejaba por encima de los árboles. El objeto, según recuerda el testigo, era de color verde con un borde anaranjado. El objeto se alejó a un cuarto de milla de distancia antes de bajar repentinamente del cielo, como si fuese a chocar contra la tierra. Pero el intruso se detuvo antes de hacer impacto y comenzó a cernirse antes de aterrizar detrás de la arboleda, resplandeciendo en la oscuridad. El testigo y un amigo visitaron el lugar del supuesto aterrizaje en la nieve sin encontrar nada. Pero una sorpresa adicional aguardaba a Ian Harper

Un año después del aterrizaje, se encontraba montado en su bicicleta y acompañado por su perro, paseando por un camino que estaba al sur de su aldea. El can, un perro de aguas de gran tamaño, repentinamente salió corriendo, gruñendo y ladrando. Harper pudo ver que su mascota había visto un animal blanco (quizás un gato grande) y había salido a interceptarlo. Bajándose de la bicicleta para ir tras el perro, se fijó que el animal se había detenido en seco, como si se hubiera encontrado repentinamente con una barrera invisible.

Fue entonces que “aquello” (como lo denominó Harper) comenzó a erguirse lentamente. Lo que inicialmente había tomado por un gato de color blanco resultó ser “algo de tres pies de alto, con brazos largos y delgados y una gran cabeza. Mi primera impresión de “aquello” es que se trataba de un mono.

Fue entonces que se produjo un sonido que se me hace difícil describir: una especie de gruñido o grito subsónico. No creo que el sonido haya salido de “aquello”, sino que parecía rodearme. Pude sentir el sonido en todo mi cuerpo. El perro se detuvo, dio la media vuelta, y salió corriendo con el rabo entre las piernas. Sentí tanto miedo que me fue imposible subirme a la bicicleta de nuevo; Comencé a correr, empujando la bicicleta por delante. Cuando llegué a mi hogar, mis padres tenían visita, así que me fui directo a mi habitación”.

La extraña dimensión desconocida de Qaumaneq

A principios del siglo XIX, los mares de la zona ártica eran no sólo las aguas mas frías del mundo, sino también un paraíso para los balleneros ingleses y norteamericanos, así como para los exploradores de la región ártica. Estos intrépidos exploradores, muchas veces afiliados con las "reales sociedades" de exploración de un país u otro, pasaban años enteros en las regiones circumpolares realizando una variedad de estudios científicos.

Quizá ninguno de estos empeños haya recibido tanta atención como la búsqueda del "pasadizo noroeste" o Northwest Passage -el brazo de mar que uniría el Atlántico con el Pacífico-.
Leer sobre las intrépidas expediciones de los Ross (tío y sobrino), Mackenzie y Franklin es como internarse en una novela de Julio Verne: enormes veleros con cascos guarecidos contra la presión de los hielos polares, cargados de instrumentos científicos y toda clase de impedimenta, tripulados por oficiales de la marina británica vistiendo uniformes impecables a pesar del gélido entorno que los rodeaba.

Basta con ver un mapa de las zonas árticas de Canadá para conocer sus nombres y los nombres de los monarcas a cuyo servicio estaban.

Pero detrás de la imagen romántica existían condiciones de vida cruentas, enfermedad y muerte en uno de los lugares más inhóspitos del mundo. Y según la opinión de algunos, muerte a manos de criaturas provenientes de algún lugar más allá del conocimiento humano.

Esta conspiración decimonónica (hábilmente orquestada por el "consejo ártico" del Almirantazgo inglés) comenzó con la fallida expedición de Sir John Franklin en pos del pasadizo noroeste en 1847. Franklin, al mando de los buques Terror y Erebus, tenía órdenes de pasar tres inviernos en la zona ártica para realizar su objetivo. Se trataba de una de las expediciones polares más ambiciosas armadas por el gobierno inglés -129 tripulantes, entre marineros y oficiales-.

Cuando no volvió a saberse de Franklin, el Almirantazgo envió varios buques de socorro cuyos capitanes barrieron las islas del norte sin resultados positivos. La información recibida de los Inuit (esquimales) resultaba curiosa y confusa: algunos relatos mencionaban una contienda armada entre los kaploonas (hombres blancos) y una tribu de seres violentos.

Otros Inuit señalaban que había un buque hundido en una de las bahías de las islas polares, buque que había sido abordado por nativos curiosos y en donde hicieron un descubrimiento espeluznante: señas de un combate feroz y el cadáver de un "gigante con colmillos largos" cuyo gran peso requirió el esfuerzo de cinco esquimales para moverlo.

Estos datos confusos no fueron del agrado de las autoridades en Londres. Se lanzaron expediciones militares y privadas (algunas de ellas costeadas por la desesperada Lady Franklin, convencida de que su esposo y tripulación seguían con vida) a investigar distintas regiones árticas pero no la región donde más probablemente encontrarían los restos de última expedición de Franklin.

Se utilizaron buques mal equipados, capitanes poco experimentados en dichas regiones, y se hizo caso omiso de la información proporcionada por los nativos. Era como si los miembros del "consejo ártico" estuviesen empeñados en ocultar la verdadera misión de la expedición Franklin, a pesar de la presión ejercida por los periódicos británicos de la época y de autores como Charles Dickens.

Casi un lustro después de que la expedición Franklin franqueara la bahía de Baffin para entrar a la historia del misterio, se descubrieron cadáveres de los miembros de la expedición--cadáveres que habían sido mutilados de forma extraña, algunos de ellos con las manos cortadas, el corazón extraído, y agujeros en el cráneo por donde se había substraído el cerebro. Los restos de los tripulantes fueron exhumados nuevamente en la década de los '80 por científicos que detectaron señales de canibalismo en los huesos.

El canibalismo entre exploradores extraviados no resulta sorprendente, pero ¿hay algo más?
Algunos tripulantes de los buques perdidos fueron vistos por los esquimales, presentando barrigas hinchadas y labios y lenguas ennegrecidas. Los investigadores que han abordado la desaparición de Franklin han dicho que los pocos sobrevivientes tenían los labios negros por la sangre coagulada de sus festines caníbales, pero el autor Jeffrey Blair Latta opina lo contrario: los vientres hinchados y labios negros son señas inequívocas de la exposición a fuentes radiactivas intensas.

¿Radiación? ¿En el siglo XIX? ¿En las zonas polares?

Los testimonios Inuit apuntan hacia la existencia de unos seres gigantescos y colmilludos cuya imagen está plasmada en el arte esquimal. Las mismas creencias también indican la existencia de la "luz chamánica", no necesariamente una fuente de iluminación, sino el lugar en el que se internan los chamanes en busca de información, una dimensión totalmente aparte de las nieves que predominan en la zona y conocida como Omanek (anglización del original Qaumaneq). Los datos recabados por los europeos indican que los buques de Franklin "pasaron de nuestra tierra a Omanek".

Según afirma el autor Barry López en su libro Arctic Dreams, "resulta innegable la existencia de un paisaje mucho más vasto en la región ártica que la que nos dice la ciencia y que aparece en los mapas del U.S. Geological Survey. Se trata del país hacia el cual los chamanes hacían brillar su luz chamánica o qaumaneq".

Es de suponer que el paso a este mundo desconocido involucraría el peligro de quedar expuesto a radiaciones desconocidas. Curiosamente, los mensajes enterrados en cápsulas de metal por algunos de los oficiales que sobrevivieron la misión dicen: "Todo bien" -¿señal de una misión realizada exitosamente, a pesar de la pérdida de vida?

Cabe suponer que el Almirantazgo no estaba tan interesado en localizar el pasadizo noroeste como dar con este mundo secreto, y que las vidas de Franklin y sus hombres, así como las diversas expediciones de socorro, se perdieron por este motivo.

Resulta curioso que la curiosidad inglesa por la zona polar se remonta al siglo XVI, cuando el mago John Dee (adscrito a la corte de la reina Isabel, cuyos informes iban firmados "007") informaba a su monarca de la necesidad imperiosa de conquistar Groenlandia y su zona circundante, ya que ahí se podía encontrar el secreto de "la entrada a otros mundos". Las primeras expediciones a la región fueron las de Martin Frobisher y Henry Hudson en los siglos XVI y XVII. ¿Habrá sido necesario aguardar tres siglos para tener éxito?

Sin embargo, permanece la interrogante de las extrañas muertes de los marineros y los seres que, según la tradición esquimal, "invernaban" en la isla del Rey Guillermo. Los seres colmilludos conocidos como Tunnit o Toonijuk parecen corresponder, por sus señas, a las criaturas peludas conocidas como "Bigfoot" o "Yeti", y que representaron un verdadero obstáculo para la colonización amerindia de esas inhóspitas regiones.

El zoólogo Ivan T. Sanderson agrega que los Toonijuk "eran considerados como torpes por los esquimales, aunque con una fuerza física temible que les permitía cargar una foca adulta a cuestas sin ningún problema". La torpeza de los gigantes polares, combinada con su temor a los perros esquimales, fueron clave para la victoria de los inuit. Los Tunnit o Toonijuk desaparecieron de las regiones polares para irse "a un lugar inaccesible". ¿Sería Qaumaneq?